lunes, 21 de abril de 2008

-OTRO!.. OTRO!..

Es la voz que resuena allí donde alguien ejerce el dulce oficio de narrar.

¿Quién a dicho que los chicos de hoy no escuchan cuentos? Los labios entreabiertos, los ojos brillantes de los niños, expresan total entrega, la tierna inmersión del auditorio en el río del relato. Han dejado el partido de fútbol; se han arrancado de la pantalla de TV para caer a las plantas del mágico “Había una vez....”

La valoración de la palabra

La imagen y lo imaginario

En los últimos años el empleo de la imagen con fines educativos o recreativos, ha alcanzado extraordinario auge. Podemos decir que todo, o casi todo, se da a los niños a través de imágenes, provengan estas del cine, de la televisión, de historietas o de diapositivas. Mas aun: en esta época de masificación, todos los niños reciben el impacto de las mismas imágenes sobre determinado tema. Y nos preguntamos: ¿y nuestra propia imagen? Esa que brota desde lo profundo de nuestra sensibilidad, a la medida de nuestras propias necesidades espirituales, esa ¿ cuándo pueden crearla los niños de hoy? ¿Bajo que estímulos?

Evidentemente, las circunstancias coartan el libre ejercicio de la imaginación creadora limitándola a su función reproductora. Los niños se mueven mas en el mundo de la imagen que en el mundo de lo imaginario. Y a nosotros lo que nos importa es, precisamente, salvar este ultimo, ya que como muy bien apunta Gastón Bachelard “gracias a lo imaginario, la imaginación es esencialmente abierta, evasiva”; De allí que “él autentica viaje de la imaginación es el viaje al país de lo imaginario, al dominio de este”.

Precisamente, la narración abre caminos insospechados a la evasión que señala Bachelard. Gracias a su magia, la imaginación abre sus alas y se echa a volar. No importa si va hacia un pasado cargado de ancestrales y eternas sugestiones o hacia un futuro lleno de promesas. Lo mismo da. Porque aunque el cuento se mueva en el mundo de los mitos o en el de los viajes espaciales- valga el ejemplo-su narración obrara el milagro de sacarnos del tiempo cronológico para sumergirnos en el tiempo afectivo, donde el ayer y el hoy no existen y sólo importa la permanencia de esos valores.